Es fácil de comprender, más difícil de realizar y rara vez se desempeña a la perfección: consiste en proclamar la palabra de Dios a la comunidad celebrante "en voz alta y clara, y con conocimiento de lo que lee", como dice el Ordo lectionum 14.
Por tanto, el ministerio del lector, no es ante todo, leer el texto, sino, al leerlo, hacer que se comprenda. ¿Quién se atreverá a afirmar que las lecturas hechas en nuestras asambleas son siempre perfectamente comprendidas?.
En la voz del lector hemos de escuchar la clara voz de Cristo, pues, afirma el Vaticano, es Cristo "el que habla mientras se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras". (SC 7)
La tradición cristiana, solía confiar éste ministerio a los fieles que habían confesado la fe durante las persecuciones. Cipriano de Cártago († 258) explica: "Nada conviene mejor a la voz que ha confesado a Dios con un testimonio glorioso que hacerse oír en las lecturas divinas..., leer el evangelio de Cristo que hace a los martires y llegarse al ambón después de haber estado en la picota" (Epistula 38,2. Cf. Saint-Cyprien. Correspondance, coll. des Universités de France, Budé, Societé d'Edition Les Belles Letres, 1925, 96.)
¿Se dán cuenta nuestros lectores de hoy de que son los sucesores de los mártires, de que su voz debiera ser tan convincente como la voz de la sangre?
Órale, que fuertes palabras y lo más importante que enseñanza para todos los que tenemos a cargo la proclamación de la Palabra de Dios. Gracias, Dios le bendiga.
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