El Aleluya procesional del evangelio

Para acompañar a la procesión del evangelio, la liturgia propone el canto del aleluya (o de otra aclamación en cuaresma) y de los versículos que anuncian el evangelio.

Aleluya viene del hebreo Halelu-Yah, que significa Alabad a Yah(vé).

Esta invitación a la alabanza se lee en los salmos llamados aleluyáticos (Se trata de los salmos 105-107, 111-114, 116-118, 135.136, 146-150), algunos de los cuales forman parte del Hallel (Sal 113-118) que Cristo recitó en la última cena (Hymnesantes, literalmente: después de haber cantado los himnos. Mt 26,30 y Mc 14,26.42). Por tanto, el aleluya no tiene que mendigar el derecho a entrar en la liturgia de la misa; se encuentra allí "en su casa" desde la primera eucaristía, pues el Señor mismo lo introdujo.
Con su carácter gozoso y de triunfo, el aleluya evoca el canto de la Iglesia rescatada. En su Nínive de tristeza, donde se hallaba deportado, el anciano Tobit no cesa de soñar con una Jerusalén en la que las mismas casas cantarán el aleluya:
Las puertas de Jerusalén resonarán
con cantos de alegría,
y todas las casas dirán:
¡Aleluya! ¡Bendito el Dios de Israel!
(Tob 13,17)

En el Nuevo Testamento, el aleluya se lee al final del libro del Apocalipsis, en el canto de triunfo de los rescatados de la tierra. Aleluya es como el estribillo que marca el ritmo su aclamación:
"Oí en el cielo la voz de una gran multitud que decía:
¡Aleluya!
La victoria, la gloria y el poder a nuestro Dios, porque sus sentencias son justas.
¡Aleluya!
Los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes cayeron de rodillas y adoraron a Dios, que está sentado sobre el trono, diciendo:
Amén. ¡Aleluya!
Luego oí como una voz de potentes truenos, que decía:
¡Aleluya! Ha establecido su reino
el Señor, nuestro Dios, todopoderoso.
Gocémonos y alegrémonos, y démosle gloria,
porque han llegado las bodas del Cordero"
(Ap 19,1-4.6)

Así, pues, el aleluya de la aclamación del evangelio enlaza con la liturgia del cielo.
Sólo falta que la música cree un ambiente de esplendor.

La procesión, los cirios, el incienso, las flores, todo eso no servirá de nada si la música no es festiva y gozosa. En los versículos se ha de evitar recaer en el género sálmico y acumular las sílabas en la vulgaridad de una melodía rastrera.

El canto llano nos da aquí una lección de belleza. Es sabido que en su época dorada inventó algunas de sus más hermosas melodías para adornar los jubilus de los aleluyas (se denomina aquí jubilus a la melodía que adorna la sílaba ya de la aclamación del aleluya).

Algunas melodías, sobre todo las del tiempo pascual, que cantan a Cristo resucitado, son puras maravillas. Ese fluir de vocalizaciones que brota y se eleva sin cesar para magnificar el nombre divino de Yahvé es una de las cosas más bellas que el genio humano ha creado en el arte vocal puro. Será preciso mucho tiempo, paciencia y genio para crear algo equivalente en las lenguas vivas.

Para el músico que juzga sobre la disposición de las notas, el jubilus carece de significado espiritual propio. Lo admira como le embelesa el canto del ruiseñor o el color de la rosa. Sin embargo la antigüedad cristiana descubrió en el jubilus un significado particular. San Agustín ( 430) explica:
"Los que cantan, ya sea en la recolección, ya en la vendimia, ya en cualquiera otra ocupación gozosa, comienzan expresando su alegria con las palabras de una canción. Pero cuando están llenos de una alegría tal que ya no la pueden expresar con palabras, dejan los vocablos y se ponen a "jubilar". En efecto, cuando se cantan jubilus es como si el corazón intentara decir lo que no puede expresar. ¿Y a quién se le debe esta jubilación, sino al Dios indecible?. En efecto, indecible es lo que no se puede decir. Por tanto, si no puedes decirlo y, por otra parte, no debes callarte, ¿qué te queda sino jubilar?. Así el corazón se regocija sin palabras y la inmensidad del gozo no se ve limitada por las palabras" (Enarratio In Psal 32,8. PL 36, 283)

El canto sin palabras puede ser más significativo que la misma palabra. Algunas notas pueden parecer inútiles para el texto, pero necesarias para la celebración. El jubilus es a la música lo que la sonrisa a la alegría, lo que las lágrimas a la tristeza. Es "un gozo sin palabras", como dice también Agustín (Enarratio in Ps 99,4. PL 37, 1212), a causa del exceso de alegría.

En la celebración de la palabra tenemos necesidad no sólo de textos bíblicos claramente proclamados, de homilías inteligentemente estructuradas, de oraciones universales bien adaptadas, cosas todas ellas que satisfacen a la inteligencia, sino también de belleza, para hacer que cante el corazón.

El salmo 150, que sirve de doxología final a todo el salterio, invita al universo entero, cielo y tierra, a alabar a Dios al son de todos los instrumentos musicales. La invitación Halelu se repite diez veces.

Esos diez aleluyas semejan un eco de las "palabras de la alianza, de las diez palabras" (Ex 34,28) que dio Dios como Ley, según la tradición, a su pueblo en el Sinaí (A. Arens, Die Psalmen im Gottesdienst des Alten Hundes, Paulinus, Tréveris 1961, 177)

En Jesús, la ley antigua se ha convertido en evangelio. El aleluya del evangelio aclama a aquel que es la palabra de la alianza nueva, Jesucristo.

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