¡Somos nosotros mismos el cántico al Señor! Nuestra vida, una alabanza, un himno o canto al Señor, nuevo si andamos en novedad de vida, santo si santificamos todo con su Gracia.
“¿Qué canto somos nosotros?”, sería la pregunta constante, reiterativa, que debería brotar en el corazón y ser respondida inteligentemente, por cada uno de los miembros de la Iglesia que en la asamblea litúrgica - muy especialmente la Eucaristía y la Liturgia de las Horas - canta a Dios, entonando los cantos litúrgicos y los salmos.
El cántico que Cristo canta en nosotros (cf. S. Agustín, Enar. 85,1), pues Cristo hace de nosotros su propio cántico al Padre; Él lo canta en nosotros y su Espíritu Santo -“que ora en nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26)- entona en nuestra vida un himno a Dios que comienza ciertamente en la liturgia y en la celebración de los divinos misterios, pero que se extiende, para ser cántico nuevo y verdadero, a la experiencia vital, a lo cotidiano de la existencia cristiana, donde ya comamos, ya bebamos, glorifiquemos a Dios en todo.
Por eso siempre es bueno que examinemos qué canto hemos sido, cómo lo hemos cantado... en definitiva, si hemos sido un cántico nuevo al Señor de la Gloria.
El canto lo compone Él en nosotros, en nuestra vida y lo realiza Él.
¿Cantamos en la asamblea litúrgica o permanecemos mudos y pasivos espectadores de algo que parece que poco tiene que ver con nosotros y con nuestra vida concreta?
O, si se está en un coro parroquial, ¿cómo canto al Señor, mi vida va acorde con lo que canto y lo que canto modula no sólo mi voz, sino mi vivir ayudando a los demás en su cantar y también en su vivir? ¿Cuál es el canto dominante en nuestra vida?
Todas estas son preguntas que deben ir brotando a medida que se descubren una teología y una espiritualidad de la música y del canto litúrgico.
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