La palabra griega psalmos y la latina psalmus vienen del verbo psallo, pulsar las cuerdas de un instrumento, el “salterio”, haciéndolas vibrar, como hacía David para calmar los ánimos de Saúl (1 Samuel 16, 16-23).
Se llama salmos a los 150 cantos poéticos bíblicos del libro del Salterio, expresión de la fe y de la oración del pueblo de Israel, que los cristianos han tomado como suyos ya desde la comunidad apostólica. Fueron creados por autores anónimos - aunque el libro judío con frecuencia los atribuye, entre otros, a David, Asaf y Coré - en el período que va de los siglos X y V antes de Cristo.
Pueden ser poemas y oraciones de origen personal o bien del marco litúrgico, de la sinagoga o del Templo, luego todos ellos son asumidos para el culto e incluidos en el Salterio. Su numeración es distinta en el Salterio hebreo o en el latino usado en nuestra liturgia, según se junten o se fragmenten diversos salmos o partes de salmos.
Se dividen en géneros literarios muy dispares:
- salmos penitenciales,
- salmos reales,
- salmos de lamentación personal o comunitaria,
- salmos de victoria,
- himnos de acción de gracias,
- himnos de peregrinación, entre otros...
En ellos aparece una fe hecha de alabanza y súplica, de situaciones personales y comunitarias, de lamentación y victoria, de reflexión meditativa y protesta, de confianza y desesperación.Siempre con un profundo sentido religioso. Los salmos, poemas cantados, son considerados como un tesoro literario y espiritual de Israel y de toda la humanidad, un vibrante retrato de la vida y de los sentimientos de la humanidad y sus actitudes para con Dios. “Los Salmos (o ‘alabanzas’) son la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento” (Catecismo de la Iglesia Católica, CEC, 2585: Cfr. 2585-2589, “Los Salmos, oración de la Asamblea”).
En el Nuevo Testamento, los Salmos fueron entendidos como un anuncio profético cumplido en Cristo, como Él los presentó cuando a los discípulos de Emaús les fue explicando lo que decían de Él los Salmos (Cfr. Lucas 24, 44).
Sucedió ya desde el principio, la “cristologización” de los Salmos: al sentido literario o histórico original de los poemas, se añadió el sentido pleno, rezándolos como cumplidos plenamente en Cristo y en su Iglesia, y se rezaron desde esta perspectiva.
A veces, se cristologizaban “por alto”, cuando la Iglesia dirige a Cristo la alabanza que los israelitas dirigían a Dios (por ejemplo: “pueblos todos, batid palmas... Dios asciende entre aclamaciones”, rezado en el día de la Ascensión y aplicado a Cristo), o bien “por bajo”, cuando los salmos se ponen en boca del mismo Cristo, dirigidos a su Padre (“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).
En el primer caso se dicen como “voz de la Iglesia”, en el segundo, como “voz de Cristo”.
Todas las familias litúrgicas, sobre todo en la Alabanza de las Horas, hacen de los Salmos una parte sustantiva de su oración. “En la Liturgia de las Horas, la Iglesia ora sirviéndose en buena medida de aquellos cánticos insignes que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, compusieron los autores sagrados en el Antiguo Testamento” (Instrucción General de la Liturgia de las Horas - IGLH 100). “El Espíritu Santo, bajo cuya inspiración cantaron los salmistas, asiste siempre con su gracia a los que, creyendo con buena voluntad, cantan estas composiciones poéticas” (IGLH 102).
Los Salmos son composiciones poéticas de alabanza, llamados en hebreo Tehillim, o sea, cánticos de alabanza, y en griego Psalmoi, es decir, cánticos de alabanza que se entonan al son del salterio (Cfr. IGLH 103).
“Con las palabras de los salmos podemos orar con mayor facilidad y fervor, ya se trate de dar gracias y alabar a Dios en el júbilo, ya de invocarlo desde lo profundo de la angustia” (IGLH 105).
Adhiriéndose al sentido de las palabras, “el que recita los salmos fija su atención en la importancia del texto para la vida del creyente” (IGLH 107). Pero además “recita los salmos en la Liturgia de las Horas en nombre de todo el cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo” (IGLH 108), prestando atención “al sentido pleno de los salmos, en especial al sentido mesiánico… que se reveló plenamente en el Nuevo Testamento” (IGLH 109).
La Constitución sobre la Sagrada Liturgia estableció que se distribuyeran los salmos, no en una semana, como se había hecho al menos desde san Benito, sino en un período de tiempo más largo, y que se llevara a cabo el trabajo ya iniciado de la revisión del Salterio (Sacrosanctum Concilium 91).
Y en efecto, el libro reformado, aparecido en 1971, de la Liturgia de las Horas, estableció que el Salterio se rezara en cuatro semanas.
La introducción a este libro (IGLH) enumera las dificultades que el cristiano de hoy puede encontrar en el rezo de los salmos, los elementos que ayudan a rezarlos mejor (antífonas, títulos, frases, oraciones sálmicas), los varios modos de salmodia, los criterios de su distribución en los varios tiempos y horas, la posibilidad de su sustitución por otros salmos, la importancia de su canto, y demás.
En la misa aparece el salmo sobre todo como canto responsorial después de la primera lectura.
También puede rezarse como canto de entrada o de comunión.
Hay otras celebraciones en que determinados salmos tienen sentido muy especial:
en las exequias (salmos 113, “Cuando Israel salió de Egipto” y 117, “Den gracias al Señor porque es bueno”); en la celebración de la Penitencia (salmo 50, “Misericordia, Dios mío, por tu bondad”).
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