
En la última reforma se recuperó el salmo responsorial, después de siglos en que había quedado sustituido por el “gradual” o el “tracto”, que requerían cantores muy especializados y se proclamaban sin participación de la comunidad.
El origen del salmo responsorial y del oficio de salmista se remonta hasta la sinagoga y sus celebraciones litúrgicas.
En los textos de los Padres del siglo IV, como Ambrosio, Agustín o Juan Crisóstomo, nos enteramos de la importancia que le concedían en la comunidad cristiana.
El ministerio del salmista está hecho de técnica musical y de fe. El salmista sabe música y realiza su ministerio pensando en ayudar a la comunidad: “Para cumplir bien con este oficio, es preciso que el salmista domine el arte del canto y pronuncie con toda claridad” (Ordenación General del Misal Romano, Institutio Generalis Missalis Romani, IGMR 102; Cfr. Ordenación de las Lecturas de la Misa, OLM,56).
Cantila las estrofas del salmo para que la comunidad pueda meditarlo serenamente y contestar con su estribillo o antífona cantada.
El papa san Dámaso habla del "placidum modulamen" del salmista, una modulación plácida que ayuda a ir profundizando en los sentimientos del salmo.
Pero a la vez canta desde dentro, “escuchando” él mismo lo que ha dicho la lectura y ahora el salmo, saboreando la salmodia, alegrándose, meditando, suplicando, aclamando o pidiendo perdón, según el salmo que está cantando para sí y para los demás.
Realiza su ministerio desde el ambón, porque el salmo es también Palabra de Dios.
Y en principio lo hace un ministro distinto del que ha proclamado la primera lectura.
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