La palabra postración proviene del latín «pro-sternere», que significa: extender por tierra.
Es una de las posturas más impresionantes empleadas en nuestra liturgia.
Consiste en que una persona se tumba en el suelo (decúbito prono, o sea, boca abajo) y permanece así durante un determinado espacio de tiempo.
Esta postura corporal tan evidente es un signo claro de humildad, penitencia y súplica ante Dios.
En el Antiguo Testamento vemos como Abraham “cayó rostro en tierra y Dios le habló” (Gn 17,3), o como los hermanos de José “se inclinaron rostro en tierra” para mostrarle respeto y pedirle perdón. (Gn 42,6; 43,26-28; 44, 14). También Moisés “cayó en tierra de rodillas y se postró”ante el "Dios de la Alianza" (Ex 34,8).
La postración aparece en el Nuevo Testamento cincuenta y nueve veces.
En ocasiones aparece en narraciones de acontecimientos que ocurrieron; en otras, como en el Apocalipsis, son figuras metafóricas de adoración, pero no por ello menos apreciables.
De todas ellas, la más impresionante es la oración del propio Jesús a Dios Padre en el Huerto de los Olivos, previa al prendimiento: dos evangelistas (San Mateo y San Marcos) coinciden en afirmar que rezó postrado (cayó de bruces, Mt 26,39; Mc 14, 35;). Para Lucas oró de rodillas (Lc 22, 41).
Así pues, la postración es una postura perfectamente documentada como signo litúrgico.
Hoy día, la postración se repite en la liturgia del Viernes Santo, cuando el sacerdote que preside la celebración entra en silencio y se postra (si puede o bien se arrodilla) mientras la comunidad se arrodilla.
También se postran los que van a ser ordenados para diáconos, presbíteros u obispos, mientras el pueblo entona las letanías de los santos orando sobre ellos.
Los candidatos al sacramento se postran en tierra, mostrando su total disponibilidad y preparándose para recibir la gracia del Espíritu.
De igual modo se hace en la bendición de abad o y en las profesiones solemnes de los religiosos, si la costumbre se ha conservado.
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