El canto litúrgico: crear conciencia de su belleza

Un gran cuidado y un delicado sentido litúrgico y artístico debe mover a la Iglesia en su música, por su calidad artística, por su letra, y por su fin, son áreas que necesitan un cultivo asiduo:

"Los compositores verdaderamente cristianos deben sentirse llamados a cultivarla música sacra y a acrecentar su tesoro. Compongan obras que presenten las características de verdadera música sacra y que no sólo pueden ser cantadas por las mayores scholae cantorum, sino que también estén al alcance de los coros más modestos y fomenten la participación activa de toda la asamblea de los fieles. Los textos, destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica, más aún, deben tomarse principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).

El convencimiento que de fondo sostiene la Iglesia es que la belleza auténtica es expresión de lo divino y camino hacia Dios; por tanto la música, cuando es verdadera, es belleza. No sin motivo la Iglesia favoreció el desarrollo de las artes y la Iglesia, creadora de cultura, sigue estimando la belleza musical (y reclamándola hoy para su liturgia). Las palabras de Pablo VI sirven para ilustrar el aprecio por la música:

"Estamos muy agradecidos a todos los artistas. Quisiéramos poder expresar con palabras más sublimes y sentimientos más elevados nuestro agradecimiento y admiración. Saquemos de este momento de interrupción - diría yo - de nuestras ocupaciones ese sentimiento de ansia casi, de deseo de superar y trascender la visión del mundo en que vivimos, que es visión de sufrimientos y de fatiga, perturbado por tantos problemas. Pero sobre todo ello flota lo que la Iglesia nos ha ofrecido y estos artistas han interpretado tan magistralmente, es decir, la capacidad de levantarse hasta la belleza del arte, o, mejor aún, a la trascendencia de la oración" (Palabras después de un concierto, 17-junio-1978) .

Era y sigue siendo el deseo de la Iglesia: el cultivo de la música por su valor espiritual y trascendente:

... promover el arte musical en todas sus formas y manifestaciones, formar a los músicos y a los artistas con el magisterio del arte, pero sobre todo con el ejemplo de la vida, acercar al santuario de la música sectores cada vez más amplios de la población, en todos sus órdenes sociales y en su múltiple estructuración, que admirablemente se funde y se olvida y se cimienta cuando la música se le despliega poderosa y convincente, luminosa y melancólica, profunda y vibrante y transfiguradora y pacificadora, al alma y a la mente. La música, cuando es así, es instrumento validísimo de humanidad, digamos incluso de espiritualidad: porque ella acerca a Dios, también inconscientemente, a aquel Dios que es la luz y la paz y la armonía fecunda y vital; y, elevando hasta Él, revitaliza el alma humana, aplaca su ansia y su angustia, la resitúa en el orden y en la serenidad (Pablo VI, Discurso a la Academia de Santa Cecilia, 22-noviembre-1966).

Pues para que los fieles no permanezcan como “extraños y mudos espectadores” (SC 48), el canto ayuda mucho a la participación común, plena, consciente y activa, pero a condición de que el canto no sea algo añadido ni superpuesto a la acción litúrgica, buscando ritmos extraños a la calidad artística de la música ni letras tendentes al sentimentalismo y la subjetividad; la participación en el canto remite necesariamente a la teología del canto y de la espiritualidad de quienes cantan.

Entonces el canto no será un adorno ni una distracción sino la implicación de la propia vida en lo que canta y haciendo de la vida un canto al Señor. Entonces en la liturgia y en la vida cantará la voz, cantará la lengua, cantará el corazón, cantarán las costumbres. Se cantará y se caminará hacia la Jerusalén del cielo donde en las moradas celestiales Cristo Cantor entona al Padre el himno perpetuo de alabanza.

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