Salmo 32 (En liturgia el 31) - Confesión y perdón

Es uno de los siete salmos penitenciales que la Iglesia recomienda para pedir perdón a Dios.

Narra la experiencia sicológica y amarga de alguien que vivió en pecado y la alegría que sigue a la confesión y conversión. Es una acción de gracias por haber obtenido perdón de los pecados y una recomendación acerca de lo que cada pecador debe hacer para liberarse de sus culpas.

Trae una de las bienaventuranzas del Antiguo Testamento: "Dichoso el que está absuelto de su culpa". Éste es un camino posible para todos nosotros. Narra lo que le pasa al pecador antes de pedir perdón: está bajo la ira de Dios, apartado de El, sufriendo en alma y cuerpo. Pero cuando el pecador se reconoce culpable ante Dios, Dios lo perdona.
Su principal falta había sido querer silenciar su pecado, algo que nos puede haber sucedido también a nosotros.

Aquí se trata de un asunto de manera maravillosa: el gran bien que goza una conciencia pura y perdonada, comparado con la desdicha y remordimiento de quien no ha confesado su pecado ni pedido perdón a Dios.

San Agustín dice que él rezaba éste salmo con mucha emoción; y a nosotros que vivimos tan insatisfechos a causa de nuestras faltas y debilidades, también nos conviene rezarlo.
¿Para qué vivir más tiempo angustiados si Dios quiere perdonar a quienes le imploren su misericordia y le confiesen  sinceramente sus pecados?.

San Pablo cita en su carta a los Romanos las dos primeras frases de éste salmo que son bellísimas (Rom. 4,6).

SALMO 32 -(En Liturgia 31) - LA ALEGRIA DE SER PERDONADOS
¡Dichoso el que es perdonado de su culpa, y le queda cubierto su pecado!.Dichoso el hombre a quien Yahveh no le cuenta el delito, y en cuyo espíritu no hay fraude.

Cuando yo me callaba, se sumían mis huesos en mi rugir de cada día, mientras pesaba, día y noche, tu mano sobre mí; mi corazón se alteraba como un campo En los ardores del estío.
Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: «Me confesaré a Yahveh de mis rebeldías.». Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado.

Por eso te suplica todo el que te ama en la hora de la angustia. Y aunque las muchas aguas se desborden, no le alcanzarán. Tú eres un cobijo para mí, de la angustia me guardas, estás en torno a mí para salvarme.

Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijos en ti los ojos, seré tu consejero.
No seas cual caballo o mulo sin sentido, rienda y freno hace falta para domar su brío, si no, no se te acercan.

Copiosas son las penas del impío, al que confía en Yahveh el amor le envuelve. ¡Alegraos en Yahveh, oh justos, exultad, gritad de gozo, todos los de recto corazón!

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