Antes el lenguaje popular afirmaba que el sacerdote "celebraba" la misa y que los fieles "asistían" a ella.
En esta manera de hablar no había ningún propósito teoIógico, y menos aún asomo alguno de animosidad contra el clero.
Simplemente reflejaba la sensibilidad del pueblo cristiano.
Esta visión de la liturgia estaba además bien manifestada por la disposición de ciertas Iglesias: el santuario elevado, desmesurado, bien separado de la nave, semejaba el escenario en el que actuaban los "actores"; la nave sería la parte del teatro destinada a los espectadores.
En cuanto al coro, como en ciertas óperas, quedaba fuera del campo de visión de la asamblea, en la tribuna.
Esta disposición manifestaba claramente el carácter específico del ministerio sacerdotal.
Medía también la distancia que separaba al pueblo cristiano de su liturgia y a la liturgia de su vida.
Y si se hubiera hecho la pregunta: "¿quién celebra la liturgia de la palabra?", se habría respondido: "El sacerdote".
Además, era él quien leía los textos en latín, sin dirigirse siquiera al pueblo.
El Vaticano II ha restaurado la antigua teología bíblica, según la cual la Iglesia entera es el pueblo sacerdotal. Aunque está estructurada de manera orgánica en fieles a cuyo servicio hay ministros, en rebaño y pastor, en laico por un lado, obispo, sacerdote y diácono por otro, es toda la asamblea la que celebra, cada uno según su rango (Cf. M.J. Congar. Iglesia o comunidad cristiana, sujeto integral de la accion liturgica, en Vaticano II, p 241-282).
El concilio presenta así esta teología de la concelebración:
"Las acciones litúrgicas... son celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad... Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican" (Sacrosanctum Concilium 26).
Por tanto, se puede llamar a cada bautizado celebrante.
"Las acciones litúrgicas... son celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad... Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican" (Sacrosanctum Concilium 26).
Por tanto, se puede llamar a cada bautizado celebrante.
El mismo vocabulario de los textos oficiales ha evolucionado en este punto (Cf. las observaciones de C. Pottie y D. Lebrun, La doctrina de la Iglesia, sujeto integral de la celebracion en los libros litúrgicos despues de Vaticano II en La Casa de Dios (1989) p 117-132)
Así la primera edición de la Ordenación General del misal romano, de 1969, hablaba del celebrante para designar al sacerdote. Las ediciones siguientes, lo han corregido, y hablan del sacerdote celebrante (sacerdos celebrans) para significar que todos los fieles son celebrantes.
Esta evidencia teológica, que había quedado encubierta por el polvo de siglos de indolencia litúrgica y que el Vaticano II ha desempolvado con vigor, nos permite responder a la pregunta: ¿quiénes son los actores de la celebración de la palabra?: Es toda la comunidad celebrante.
Un solo lector proclama el texto, pero toda la comunidad celebrante lo recibe como palabra de Dios.
Uno solo hace la homilía, pero toda la comunidad celebrante actualiza la palabra de Dios.
Uno solo hace la homilía, pero toda la comunidad celebrante actualiza la palabra de Dios.
Uno solo presenta la oración universal, pero toda la comunidad celebrante intercede.
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