Musica, liturgia y armonía

Todos conocemos nuestras canciones, porque tenemos discos, cintas y espectáculos al aire libre.
No es válido introducir esta misma música en la liturgia.
Un cristiano medianamente culto no puede cantar a Dios atentamente si la melodía que está cantando le recuerda a alguna pareja sentimental, alguna fiesta, o las canciones de una celebracion folklorica o tradicional.

Hemos de admitir ciertamente la buena voluntad de quienes han querido hacer y cantar misas cercanas al pueblo, pero han errado en el método a seguir.
Les animamos a tomar los textos litúrgicos y buscar inspiración, (y no simple plagio) en la multitud de músicas religiosas escondidas en nuestros pueblos y con peligro de desaparecer, porque en muchos casos sólo se acuerdan de ella los más viejos del lugar.

Hay tonadas bellísimas de rogativas a los Cristos o Vírgenes patronas, gozos, salutaciones, loas, himnos patronales, responsorios, misereres, rosarios de la aurora, salves...etc.
Recopilar todo esto es costoso y reorganizarlo aún más, pero esto sí es religioso y fuente de inspiración.

La Santa Misa es celebrada de manera muy dispar dentro de una misma diócesis por la liberalidad con que se inserta la música en su celebración.
Desde el desconocimiento se puede decir que para gustos los colores y que tanto de unas canciones o instrumentos que otros. La historia de la Iglesia y su magisterio nos muestran lo errado de tal aseveración.

Si algo caracteriza a la celebración actual de la misa en toda hispanoamerica es la del abuso permanente y la presencia masiva de música e instrumentos profanos.
Esto no es nuevo. Era un escándalo ya en 1903, pero San Pío X le puso remedio y ahora sin disculpa alguna se desobedece la norma.
A los tres meses de acceder a la silla de San Pedro, San Pío X promulgó el MOTU PROPRIO TRA LE SOLLECITUDINI  por el que se señalan con brevedad los principios que regulan la música sagrada en las solemnidades del culto y condensan las principales prescripciones de la Iglesia contra los abusos más comunes que se cometen en la materia: "Debe ser santa, y por consiguiente excluir todo elemento profano, no solamente en sí misma, sino también en la manera con la cual se ejecuta. Debe ser un arte verdadero, pues si no, es imposible que tenga sobre el alma de los oyentes la eficacia que la Iglesia espera de su liturgia. Pero, a la vez, debe ser universal"

¿Dónde se puede encontrar la música sacra que responda a estas exigencias?
En orden de preferencia se dá una respuesta triple:
Primero, en el Canto Gregoriano, que se declara canto propio de la Iglesia Romana.
Luego, en la polifonía clásica con Palestrina como ejemplo máximo.
Finalmente, en la música moderna, pero se afirma que: “las composiciones musicales de estilo moderno que se admitan en la iglesias no contengan cosa ninguna profana ni ofrezcan reminiscencias de motivos teatrales, y no estén compuestas tampoco en su forma externa imitando la factura de las composiciones profanas”.
Para aquellos que se refugian en el Concilio Vaticano II para justificar sus modernidades, se les recuerda que, al canto gregoriano, el concilio al que tanto aluden lo reconoce como "Canto propio de la liturgia romana" y que indicó como privilegiados el canto gregoriano, la polifonía sacra y el órgano.

En cuanto a qué instrumentos son los válidos recordemos que el magisterio muestra como norma universal que los instrumentos que según el juicio y el uso común, son propios de la música profana, sean tenidos completamente fuera de toda acción litúrgica y de los ejercicios piadosos. Y que se considera como instrumento principal del rito católico el órgano de tubos según la instrucción “De música sacra et sacra liturgia”.

¿Cuál ha sido la postura del anterior pontífice, Juan Pablo II?
Como ya había hecho san Pío X, también el concilio Vaticano II reconoce que: «no se excluyen de ninguna manera otros tipos de música sagrada, especialmente la polifonía, en la celebración de los oficios divinos». Por tanto, es preciso examinar con esmero los nuevos lenguajes musicales, para experimentar la posibilidad de expresar también con ellos las inagotables riquezas del Misterio que se propone de nuevo en la liturgia y favorecer así la participación activa de los fieles en las celebraciones. (…)Con respecto a las composiciones musicales litúrgicas, hago mía la «ley general», que san Pío X formulaba en estos términos: «Una composición religiosa será tanto más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto más diste de este modelo supremo».
Evidentemente, no se trata de copiar el canto gregoriano, sino más bien de hacer que las nuevas composiciones estén impregnadas del mismo espíritu que suscitó y modeló sucesivamente ese canto. (Quirógrafo de Juan Pablo II sobre la música Sagrada).
Y ¿qué opina el actual pontífice?
Como cardenal, Joseph Ratzinger opinaba que la letra de la música litúrgica tenía que estar basada en la Sagrada Escritura.
También dice en su obra “El espíritu de la Liturgia” que: la «creatividad» no puede ser una categoría auténtica en la realidad litúrgica. (…) En las modernas teorías del arte se alude con ello a una forma nihilista de creación: el arte no debe imitar nada; la creatividad artística es el libre gobierno del hombre, que no se ata a ninguna norma ni a finalidad alguna, y que tampoco puede someterse a ninguna pregunta por el sentido. (…) Este tipo de creatividad no puede tener cabida en la liturgia. La liturgia no vive de las «genialidades» de cualquier individuo o de cualquier comisión.

Ya como Benedicto XVI ha declarado que:“La solemne música sacra con coro, el órgano, la orquesta y el canto del pueblo no es un agregado que enmarca o hace agradable la Liturgia, sino un importante medio de participación activa en el culto”.
Guido Marini, maestro de las celebraciones litúrgicas de Benedicto XVI dijo en 2009:
"Me permito, al respecto, solo una breve reflexión orientativa.
Uno podría preguntarse cuál es el motivo por el que la Iglesia, en sus documentos más o menos recientes, insista en indicar un cierto tipo de música y de canto como particularmente adecuados para la celebración litúrgica.
Ya el Concilio de Trento había intervenido en el conflicto cultural de entonces, restableciendo la norma por la que, en la música, la adherencia a la Palabra es prioritaria, limitando el uso de los instrumentos e indicando una diferencia clara entre música profana y música sacra.
La música sacra, de hecho, no puede nunca ser entendida como expresión de pura subjetividad. Ella está anclada en los textos bíblicos o de la tradición para celebrarla en forma de canto.
En épocas más recientes, el Papa San Pío X realizó una intervención similar tratando de alejar la música operística de la liturgia, e indicando el canto gregoriano y la polifonía de la época de la renovación católica como criterio de la música litúrgica, que debe distinguirse de la música religiosa en general.
El Concilio Vaticano II no hizo más que reiterar las mismas indicaciones, como también las más recientes intervenciones magisteriales."

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