Importancia del Ministerio del Lector

La figura de Jesús, de pie ante la asamblea, con el volumen del profeta Isaías en las manos, leyendo la Palabra divina en el marco de la liturgia sinagogal, ilumina por sí sola un misterio que tiene como objeto "proclamar la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas, educar en la fe a los niños y a los adultos, prepararlos para recibir dignamente los sacramentos, y anunciar la Buena Nueva de la salvación a los hombres, que aún la ignoran" (Rito para instituir lectores, n. 4: Homilía).

El ministerio del lector es uno de los ministerios instituidos por la Iglesia, que pueden ser conferidos con un rito especial. El fiel que lo recibe queda constituido para desempeñar esta función de manera estable (cf. Motu proprio Ministeria Quaedam de 15-VIII-1972; CDC 230/1).

Sin embargo, este ministerio puede ser desempeñado en las celebraciones litúrgicas, por encargo temporal, por todos los laicos (cf. CDC 230/2), para que se lleve a cabo lo dispuesto en el Concilio Vaticano II de que "en las celebraciones litúrgicas cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 58).

El hecho de que la función del lector pueda ser desempeñada también por encargo temporal u ocasional, no sólo no resta importancia al servicio de la proclamación de la Palabra, sino que constituye un motivo más para tomar este ministerio con la mayor seriedad y procurar, con diligencia, la preparación adecuada de las personas que han de ejercitarlo con sentido litúrgico, competencia técnica y aprovechamiento espiritual.

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