"La Iglesia honra con una misma veneración, aunque no con el mismo culto, la palabra de Dios y el misterio eucarístico, y quiere y sanciona que siempre y en todas partes se imite este proceder" (OLM 10).
Es por eso que no podemos olvidarnos de la Palabra de Cristo, ni tratar el leccionario como un libro cualquiera, mal encuadernado, o con páginas sueltas o sucias de tantos años, que se deja en cualquier sitio y se trata de cualquier forma, sino con una veneración semejante al respeto que la Iglesia profesa al Cuerpo sacramental del Señor.
Por su categoría de signo, el leccionario tiene un especial valor y tratamiento, que se puede concretar en:
- Usar el leccionario en la liturgia, no una Biblia o folletos o fotocopias. La liturgia tiene también una estética y una Biblia o unas fotocopias no tienen la misma dignidad y belleza que un leccionario para la celebración litúrgica. Si hubiera que usarlas (algo realmente excepcional, desde luego), al menos insertarlas en un leccionario.
- Una buena encuadernación. Las hojas limpias, sin doblar. La portada bien encuadernada, no rota, etc., etc., por ser signo de la Presencia de Cristo.
- El trato al leccionario. Su lugar es el ambón, y, fuera de la celebración litúrgica, algún sitio o armario reservado exclusivamente a los leccionarios, casi como "un sagrario de la Palabra". En la celebración litúrgica, el leccionario no se puede poner encima de una silla o en un rincón en el suelo, tras la liturgia de la Palabra, o guardarlo después del Evangelio en esos ambones-armarios horrorosos. Más bien, por ejemplo, después de la lectura del Evangelio, el presidente, sentado en la sede, con el leccionario en la mano, hace la homilía y, tras el silencio de la homilía, el acólito o el mismo presidente devuelve, con dignidad, el leccionario al ambón y lo deja abierto...
- Tener todos los leccionarios. A lo mejor todos no se usan (aunque sería extraño), pero todos hay que tenerlos. Bien encuadernados, limpios y cuidados, dispuestos para las celebraciones litúrgicas y para otras celebraciones que no sean litúrgicas.
- La traducción "oficial" es la del leccionario. No se pueden usar Biblias en la liturgia. Y no se puede hacer por el signo, por la traducción que puede ser más enrevesada que en un leccionario, porque le falta el comienzo de la lectura (¡y a veces se olvida hacerlo!). Si hay que escoger una lectura concreta para una celebración, se busca la cita bíblica en el índice bíblico que tiene el leccionario al final, y se escogen las lecturas, pero no hay porqué usar biblias en la celebración.
Nos ilumina en ello la Ordenación del Leccionario de la Misa al decir:
"Los leccionarios que se utilizan en la celebración, por la dignidad que exige la palabra de Dios, no deben ser substituidos por otros subsidios de orden pastoral, por ejemplo, las hojas que se hacen para que los fieles preparen las lecturas o para su meditación personal" (OLM 37).
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