El altar constituye, sin duda, el centro de un templo católico. Es de tal importancia que por lo general es consagrado y fijo.
Es un elemento bastante común en la expresión cultual de los pueblos. Es ante todo el lugar del sacrificio. Puede significar también el centro del mundo, el lugar de encuentro con la divinidad. Aparece también como símbolo de la totalidad, la pureza virginal. Por eso, era generalmente de piedra natural. Puede expresar también el centro de unidad.
En el Nuevo Testamento, el altar es ante todo la mesa sagrada de la Cena del Señor, íntimamente ligada al sacrificio de la cruz. El sacrificio cristiano es un sacrificio espiritual de acción de gracias con Cristo, en el cual ofrecemos nuestro corazón, reconociendo a Dios como nuestro Creador y Señor.
El altar cristiano es esencialmente la mesa del sacrificio, realizado en la forma de una Cena Eucarística.
Es, entonces, el lugar en el cual se hace presente el sacrificio de la Cruz, bajo los signos sacramentales para que participemos de él; es igualmente la mesa del Señor a cuya participación está invitado el pueblo de Dios; es también el centro de acción de gracias que se realiza mediante la Eucaristía a través del sacerdote ministerial.
Por ser esto así, el altar se convirtió en el símbolo del mismo Cristo. Allí Él se hace presente como pan vivo bajado del cielo. Como la Cruz, así también cada altar cristiano se convierte en centro del mundo, porque Cristo es la piedra rechazada por los constructores, pero que se ha convertido en piedra angular. Alrededor del altar cristiano, mediante la acción de gracias que evoca el sacrificio de la Cruz, se realiza el encuentro con la divinidad, con Cristo-Dios, y a través de Él, con El Padre.
Cristo constituye la totalidad, y reúne a todos los pueblos en la unidad en torno al sacrificio de reconciliación. Él hace que todos los hombres puedan recuperar la integridad original. En esta forma el altar - Cristo - se convierte en el centro de la unidad de la comunión fraterna.
El altar, como es el símbolo de Cristo, es también el símbolo del cristiano. El altar consagrado significa el corazón de cada persona en el cual arde el sacrificio del amor a Dios como llama eterna. San Ambrosio consideraba a las vírgenes consagradas como altares del Dios altísimo.
Por eso, el altar cristiano merece profunda reverencia. Nunca será una mesa cualquiera.
En una iglesia grande se aconseja un altar fijo y consagrado que no se traslade de una parte a otra. Lo veneramos con inclinaciones de respeto (OGMR 275b); el sacerdote lo venera también con el beso al comienzo y al final de la misa y en las celebraciones más solemnes con la incensación.
Al pasar delante del altar deberíamos saludar en él a Cristo , con una inclinación profunda. El altar en el centro del templo cristiano evoca de una manera muy particular la presencia de Dios.
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