Estamos ante un salmo muy antiguo.
Es una profesión de confianza en Dios. Insiste en lo precioso que es refugiarse en el Señor y confiar solo en El. Es la declaración que hace el alma ante la inmensa alegría que experimenta al vivir dedicada a la amistad con Dios, lo cual es un gran privilegio.
Servir al Señor de cielos y tierra produce más felicidad que si en el momento de repartir la herencia, las cuerdas de medir hubieran señalado para nosotros las mejores parcelas de la tierra.
En el reparto de las tierras de Israel en tiempos de Josué, entre las 12 tribus, los levitas no obtuvieron ningún lote porque su herencia era servir al Señor Dios. Nosotros como los levitas nos sentimos muy contentos con la herencia que nos ha correspondido: nuestra herencia es la amistad con Dios.
Como aquí se insiste en la felicidad que se encuentra en dedicarse a servir al Señor, la Iglesia recita este salmo en la ordenación de los sacerdotes y en la profesión de las religiosas.
Este hermosísimo canto es por excelencia la oración de las personas que se consagran a Dios.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
El salmo recuerda también que dedicarse a servir a ídolos mundanos es algo que nunca debe hacerse y quiere prevenir a los amigos de Dios acerca del gran peligro de querer al mismo tiempo adorar al Dios verdadero y andar rindiendo culto a ídolos falsos.
En el salmo hay una frase muy famosa: "No dejarás a tu siervo conocer la corrupción en el sepulcro", con la cual anuncia la Resurrección de Cristo (Hechos 2, 31). Por eso la Iglesia lo tiene en gran estimación.
SALMO 16 (En liturgia 15) - MI DIOS Y MI TODO
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: “Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti”.
Yo digo al Señor: “Señor, tú eres mi bien, no hay nada superior a ti”.
Ellos, en cambio, dicen a los dioses de la tierra: “Mis príncipes, ustedes son toda mi alegría”.
Multiplican sus ídolos y corren tras ellos, pero yo no les ofreceré libaciones de sangre,
ni mis labios pronunciarán sus nombres.
ni mis labios pronunciarán sus nombres.
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte!
Me ha tocado un lugar de delicias, estoy contento con mi herencia.
Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré.
Me ha tocado un lugar de delicias, estoy contento con mi herencia.
Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor: él está a mi lado, nunca vacilaré.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la Muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha
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