El salmista considera que Dios reacciona con severidad contra el pecado, y sintiéndose pecador pide que lo trate con misericordia. Con viva y atrevida confianza se atreve a decirle al Creador: "Hasta cuando".
Es que no confía en los propios méritos sino en la inmensa misericordia del Padre Dios.
Este es uno de los salmos llamados "penitenciales" porque la Iglesia lo ha empleado siempre para implorar misericordia de Dios para los pecadores. Lo que aquí se dice de las enfermedades del cuerpo se puede aplicar muy bien a las del alma que son más dañosas y peligrosas.
A quienes rezamos el salmo nos afectan no sólo las enfermedades físicas sino los sufrimientos morales y las tentaciones que atentan contra la vida de nuestro espíritu.
El salmo termina inesperadamente con un grito de triunfo de quien antes se sentía enfermo y angustiado, y ahora ha sido ya escuchado por el Poderoso Dios. Esto mismo nos puede suceder a quienes confiamos en el Señor: después de "noches oscuras" de dolor y angustia, amanecerá el día de la salud y de la paz.
SALMO 6
Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado.
Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme.
Aquí estoy sumamente perturbado, y tú, Señor, ¿hasta cuándo?...
Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión.
Pues, ¿quién se acordará de ti entre los muertos? ¿Quién te alabará donde reina la muerte?
Extenuado estoy de tanto gemir, cada noche empapo mi cama y con mis lágrimas inundo mi lecho.
Mis ojos se consumen de tristeza, he envejecido al ver tantos enemigos.
Aléjense de mí, ustedes malvados, porque el Señor oyó la voz de mi llanto.
El Señor atendió mi súplica, el Señor recogió mi oración.
¡Que todos mis contrarios se confundan, y no puedan reponerse, que en un instante se corran, llenos de vergüenza!
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