Los Salmos son los 150 himnos más bellos que existen. Fueron escritos por varios profetas, sabios y poetas.
La palabra "Salmo" significa: "Himno para recitarlo con música".
Los Salmos han sido las oraciones preferidas por los amigos de Dios, durante más de 22 siglos. Los recitaban los israelitas ya mucho antes de Cristo. Los recitaron Jesús y sus Apóstoles, la Virgen María y los grandes santos de toda la historia.
Cuando una persona se acostumbra a rezar despacio los Salmos, ya ninguna otra oración (excepto el Padrenuestro y el Avemaría) le parece tan hermosa, ni le llega tanto al alma.
Hay unos salmos especialísimamente hermosos, por ejemplo, los cinco primeros.
Para cuando tenemos que pasar por un momento difícil el No. 23 nos llena de ánimos.
Para cuando nos entristecen nuestros defectos y pecados el salmo 25 nos llena de esperanza. Cuando estamos muy agradecidos con el Señor el salmo 33. Y si hemos cometido graves pecados y deseamos que Dios deje de estar disgustado con nosotros, el Salmo 51 que es el mejor acto de contrición que se ha escrito. Si deseamos recordar las maravillas que Dios ha hecho, recitamos el Salmo 103 o el 104.
Si nos gusta recordar las grandes cualidades que tiene nuestro buen Dios digamos el Salmo 145 y nos llenaremos de amor hacia El.
La idea central de todos los salmos es: lo bueno que es nuestro Dios, lo poderoso y muy fiel; amable con los que cumplen su ley, y terrible contra los que desprecian los divinos mandatos.
Sólo en 17 de los 150 Salmos el nombre de Dios no está nombrado ya desde los primeros renglones. El fin de todo Salmo es: alabar a Dios, cantar sus maravillas.
En los salmos se nombra a Dios más de 800 veces, y siempre con sentimientos de gran respeto, amor y confianza. El nombre de Dios era para los salmistas la palabra más dulce y agradable que podían pronunciar labios humanos.
Dicen los sabios que los Salmos son 150 espejos de nuestras rebeldías y de nuestras fidelidades, de nuestras agonías y de nuestras resurrecciones. Plegarias maravillosas nacidas hace más de dos mil doscientos años, que no han dejado de ser recitadas un solo día en templos, conventos, casas de familia, catedrales y capillas, por santos y por pecadores, por gentes llenas de alegría y agradecimiento y por personas destrozadas por la angustia, el temor o el remordimiento.
Son la vida convertida en plegaria. Constituyen una invitación a que convirtamos nuestra vida en una oración de confianza y de acción de gracias. En los salmos descubrimos que debemos presentarnos a Dios no como un "yo", sino como un "nosotros", como su pueblo.
En estos bellísimos himnos se descifran y conocen poco a poco los rasgos del "ser amado" que se vislumbra en sus estrofas; el rostro de nuestro queridísimo amigo, Creador y Padre: Dios.
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