La Musica en el Antiguo Testamento


Más de seiscientas referencias al canto y la música se han contado en los libros de la Sagrada Escritura. En los relatos de la creación, el hombre y el mundo responden como un eco sonoro a la llamada poderosa de la Palabra de Dios, a ese canto inaugural suyo que todo lo convierte en himno.


En el principio era ya la música y el ritmo.

El pueblo de Israel nace en confluencia de culturas y civilizaciones. Su música está llena de influencias ambientales sumerias y egipcias. Solo en la época de David (1000-962 a. C.) llegó a formarse una tradición musical propia y homogénea cuando se recopilaron los salmos.

Más de la tercera parte del Salterio lleva indicaciones musicales en los títulos: de los aires melódicos, el tono, los instrumentos, el compositor y el intérprete; por ejemplo los salmos 32, 39, 65, 68, 95, 137 y 150.
Entre todos los cánticos del Antiguo Testamento sobresale el de Moisés, después del paso del mar Rojo, que ha tenido papel relevante en la liturgia y la tradición judeocristianas (Ex 15). Todo el libro del Cantar de los Cantares, como dice su mismo nombre, es una expresión lírica, epitalamio de las bodas y el amor de Dios a su pueblo. Samuel abre una escuela de músicos y profetas (Cf. 1 Sam 1,16-23).


La música era elemento muy importante en la liturgia del templo. «David y todo Israel se regocijaron delante de Dios, bailando en honor suyo con todas sus fuerzas» cuando se trajo a Jerusalén el arca de la Alianza (Cf. 1 Cr 13,8; 2 Sam 6,19-35). Él organizó el coro y la orquesta del templo «para que cantaran y tocaran música alegre» (Cf. 1 Cr 15,16-24).
Los días ordinarios tocaba una banda litúrgica.
Se utilizaban numerosos y variados instrumentos, de cuerda, de viento, de percusión, para convocar al pueblo a la oración y a los sacrificios.


El profeta Isaías se queja del estruendo de los instrumentos que impiden la contemplación de Dios (Cf. Is 5,12; 16,11; 23,15).Parece que es el abuso lo que se recrimina.

Nehemías nos cuenta cómo se celebró la consagración de los reconstruidos muros de Jerusalén (445-423 a.C.). "Dos coros inmensos de cantores, tan numerosos que hubieron de construir poblados en torno a la ciudad, desfilaron cantando en procesión unos por la derecha y otros por la izquierda, rodeándola con los sacerdotes acompañados de trompetas, hasta que coincidieron ambos coros y se colocaron en la casa de Dios y entonaron sus cantos dirigidos por Yizrajías". 

Hubo grandes regocijos porque había dado Dios al pueblo un gran motivo de alegría: «El alborozo de Jerusalén se oía desde lejos» (Cf. Neh 12,27-43).

En los libros de la Sagrada Escritura resuena con frecuencia la invitación a cantar. Sobre todo en los salmos, la invitación es constante e insistente:
- «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas... Aclamad al Señor, tierra entera, cantad, vitoread, tocad. Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos. Con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor: retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan. Aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor, que llega para regir la tierra» (Sal 97).
El salmista invita a la creación entera a cantar y alabar a Dios.

Pero la contemplación de la naturaleza, con sus encantos y sus ocultos misterios, hace que el hombre escuche en recíproca invitación el himno de las criaturas y se convierta en intérprete y portavoz de su alabanza:
- «Los cielos cantan la gloria de Dios, el día al día le pasa el mensaje. La noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los limites del orbe su lenguaje» (Sal 18). - «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos» (Dn 3,57; cf. Sal 148).

Esta invitación a cantar llega como un río que va acreciendo su caudal hasta el nacimiento de la Iglesia.

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