Se intenta brindar a través de éste post sencillas sugerencias para el lector que sube al ambón - sin protagonismo, sin empujones para que otro no suba - y presta su voz a la revelación, al Espíritu que pronuncia esas Palabras de vida eterna.
Hay que saber leer para ser lector. Cuando por un intervencionismo en la liturgia (que confundimos con participación) hacemos leer a cualquiera, o nos fuerzan a que cualquiera lea - una boda, por ejemplo - hay un desastre comunicativo. La Palabra no resuena, extinguimos el Espíritu y el lector o lectora está allí... luciendo el modelito de ropa.
A continuacion algunas sugerencias
1) Leer con entusiasmo las páginas de un profeta que despierte esperanza y anuncie la realización de una promesa, por ejemplo en Navidad: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio aparecer una gran luz"; es un texto que pide acentuar la alegría de la Epifanía: "¡Levántate, Jerusalén! ¡Resplandece, que llega tu luz!"
2) Leer con mayor lentitud y con más sobriedad, cuando se trata de textos que enseñan verdades, como por ejemplo, los textos de Pentecostés: "Nadie puede decir: Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu". Cuanto más denso, espiritualmente hablando, es un texto, más necesario se hace facilitar su comprensión, adoptando un ritmo meditativo, propio de la contemplación.
3) Tomar un tono que anime a los hermanos y la entonación de una conversación (por tanto suave, sin gritar, no es un anuncio), cuando se trate de exhortar; por ejemplo: "Estad de acuerdo unos con otros, vivid en paz..." Estas observaciones son muy útiles, ya que la experiencia nos enseña que facilitan la escucha, en especial cuando se tiene cuidado de introducir bien la lectura mediante una brevísima monición.
4) El tono narrativo si se lee una narración donde interviene un cronista-narrador y varios personajes con tres tipos de tono de voz: alto, medio y suave; el alto, para el personaje principal, el medio para los personajes secundarios y el suave para el cronista. Así se facilita a los oyentes distinguir los personajes y quién dice qué. Sería, en cierto modo, recordar cómo narramos los cuentos a los niños pequeños: le damos entonación distinta según los personajes.
La entonación, el tono de voz, debe adaptarse al género de la lectura. Así se ayuda a escuchar al Verbo elocuente que siempre se comunica.
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