La música y el canto litúrgico son consustanciales a la liturgia de la Iglesia; sin el canto, se empobrece, pierde su capacidad orante, trascendente y mística. El canto litúrgico ha unido los corazones en una unidad orante, han permitido expresar los sentimientos más nobles y puros para Dios, ha creado un ámbito de trascendencia.
Con el claro poder evocativo del canto litúrgico, ha movido las almas para un encuentro, en muchos casos, conversivo, con el Dios vivo. Por eso la liturgia no considera el canto como un añadido estético o una forma de solemnizar sus ritos, sino como una expresión del amor y de la fe.
Así nacieron hermosas melodías y bellos textos que nacían de la celebración litúrgica y tenían como destino la misma liturgia, con belleza y calidad artística. ¡Cuántas veces y en cuántas ocasiones la liturgia ha servido de inspiración para la música verdadera porque la liturgia misma es la Belleza del Misterio celebrado!
El canto litúrgico, por su texto y por su melodía, ha permitido grabar en la memoria del pueblo cristiano salmos, textos bíblicos y confesiones de fe. Y el canto litúrgico ha expresado adecuadamente la espiritualidad cristiana, orientando la oración y la vivencia de los distintos momentos del ciclo del Señor.
¡Cómo dispone para esperar a Cristo Mesías el canto del “Rorate Caeli” en Adviento; qué ternura adorante cantar el “Adeste fideles” en el ciclo de la Manifestación del Señor; qué larga espera tan deseada poder escuchar por voz del diácono el Pregón pascual, entonar por tres veces el “Aleluya” en la Vigilia pascual, mudo durante la Cuaresma, y cantar durante cincuenta días “Regina Coeli, laetaere”; qué hondura y finura de sentimientos que conmueve a toda la persona el canto solemne del “Veni Creator” en Pentecostés o en la celebración del Sacramento del Orden (durante la Unción de las manos, no antes de la imposición de manos como un canto propio-ritual)!
Son cantos y melodías reservadas para un tiempo litúrgico que al cantarla evocan multitud de vivencias y orientación para profundizar en lo celebrado. Vuelven cada año y así predispone a entrar mejor en la liturgia. La música en la liturgia orienta la oración, introduce en el Misterio, ejerce una pedagogía superior a las palabras.
La Constitución Sacrosanctum Concilium elogiaba ampliamente la música sagrada y su valor al servicio del culto litúrgico: "La Tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor inestimable, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente por el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne... La música sacra, por consiguiente, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas las formas de arte auténtico, que estén adornadas con las debidas cualidades (SC 112)."
El camino deseado por el Concilio Vaticano II era el fomento y el cultivo de la música, conservando los grandes tesoros musicales, el órgano y la polifonía, formando musicalmente, ampliando repertorios más populares pero dignos para los actos devocionales y así resuenen “las voces de los fieles” (SC 118). Pero, desgraciadamente, hemos perdido el gusto musical, el sentido de la belleza, secularizando la liturgia por medio de música que nada tiene de litúrgica, al capricho del coro y los gustos de los jóvenes como una nueva tiranía.
Realmente, ¿lo que se canta en las iglesias hoy eleva el alma, permite orar, nos lleva a mayor amor a Jesucristo, confiesa la fe eclesial en sus textos?
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