El lector debe acoger la Palabra para poder transmitirla

Para realizar mejor y más perfectamente las funciones que corresponden al lector, debe éste empaparse de "aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura" que es característico de la liturgia (cf. SC 24).


El lector es un ministro de la Palabra que debe transmitir a los fieles, "los tesoros bíblicos de la Iglesia" puestos a disposición de los fieles, con mayor abundancia en la mesa de la Palabra de Dios (cf. SC 51; DV 21).

Es necesario, pues, que profundice en el conocimiento de las Escrituras mediante la lectura asidua y el estudio diligente, cuidando de que la lectura vaya siempre acompañada de la oración para que se entable diálogo entre Dios y el hombre, ya desde el primer contacto del lector con los textos que ha de proclamar (cf. DV 25).

El lector debe familiarizarse con el mensaje bíblico en su conjunto, meditándolo personalmente y acogiéndolo con corazón de discípulo que se deja llenar por la Palabra divina que ha de comunicar (cf. Lc 2,19.51).

Por otra parte, el testimonio personal, que ha de brotar de esta meditación asidua de la Palabra de Dios, hace de los lectores eficaces anunciadores del mensaje no sólo con la palabra, sino también con la verdad de los hechos.

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