El Canto Litúrgico, Escuela de empatía

Un ulterior paso será vivir y cantar de un modo nuevo, el modo fraterno que nace de la Comunión en Cristo. Cada uno está llamado a cantar un cántico nuevo al Señor y cada cual puede ser una letanía, un himno, una acción de gracias...pero en la asamblea común de la Iglesia todos cantan en común algo que, tal vez no corresponde a lo que uno siente y vive y experimenta.

De esta forma el canto nuevo de la Iglesia educa en la empatía, en ponerme en la piel del otro, el cantar el canto nuevo del hermano que tal vez no es el mismo estilo de canto, melodía y texto que se interpreta en mi existencia. Pero, al cantarlo, el corazón se educa en la empatía de sentir como mío lo que es del hermano. 

En la Liturgia de las Horas ocurre este fenómeno de empatía con los salmos, que según su orden y distribución, no siempre van a coincidir con los sentimientos particulares de quien canta el salmo: “Quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre Propio como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo. 

Teniendo esto presente se desvanecen las dificultades que surgen cuando alguien, al recitar el salmo advierte tal vez que los sentimientos de su corazón difieren de los expresados en el mismo, así, por ejemplo, si el que está triste y afligido se encuentra con un salmo de júbilo o, por el contrario, sí sintiéndose alegre se encuentra con un salmo de lamentación. Esto se evita fácilmente cuando se trata simplemente de la oración privada en la que se da la posibilidad de elegir el salmo más adaptado al propio estado de ánimo. 

Pero en el Oficio divino se recorre toda la cadena de los salmos, no a título privado, sino en nombre de la Iglesia, incluso cuando alguien hubiere de recitar las Horas individualmente. Pero quien recitare los salmos en nombre de la Iglesia, siempre puede encontrar un motivo de alegría y tristeza, porque también aquí tiene su aplicación aquel dicho del Apóstol: "Alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran" (Rom 12, 1) y así la fragilidad humana, indispuesta por el amor propio, se sana por la caridad, que hace que concuerden el corazón y la voz del que recita el salmo” (IGLH 108).

Uno tal vez sea en su vida un canto de acción de gracias, pero si en la asamblea litúrgica se entona un canto penitencial, se genera la comunión sintiéndose pecador con el pecador y orando por él; si uno es en su vida un canto de alabanza, pero en la asamblea se canta una súplica o lamentación, entro en comunión y siento como mío el dolor y la angustia de quien sufre y en su vida es un canto de lamentación... La empatía es resultado de la verdadera fraternidad. 

Canto, y no canto yo solo, canto con la Iglesia y en ella canto los cantos de mis hermanos en diferentes situaciones vitales a la mía, generando un solo corazón y una sola alma en el Corazón de Cristo.

Cantar nos saca de la individualidad, mejor, del individualismo y nos permite entrar en la Comunión; juntos con un solo corazón y una sola voz, alabamos, bendecimos y glorificamos a Jesucristo, en los cantos litúrgicos de la Eucaristía o en la salmodia de Laudes o Vísperas. El propio "yo" se dilata para alcanzar dimensiones nuevas, integrándose en el "Yo" de la Iglesia.

El canto litúrgico plasma una realidad profunda, la Iglesia es Comunión de los Santos, y se convierte en una escuela de empatía, aprendizaje para vivir en comunión con el "otro" y sentirlo como mío.

Preciosas las palabras de Juan Pablo II: " Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. 
Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un « don para mí », además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. 
En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias (Novo Millennio ineunte, 43)."

Con esto, ¿caerán en la cuenta coros parroquiales, corales y demás, la importancia espiritual del canto litúrgico?

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