Una asamblea litúrgica., formada por personas heterogéneas, nunca podrá cantar corno un coro profesional. Ni es tampoco ese el rol que le corresponde.
Pero la asamblea litúrgica debe cantar según sus posibilidades.
Hay que exigir, pues., un doble esfuerzo:
- Primero, un esfuerzo a los compositores para que ofrezcan a las comunidades un repertorio de calidad que esté al alcance de una asamblea litúrgica.
- Segundo, un esfuerzo por parte de los que forman la asamblea litúrgica, para que se empeñen en cantar lo que les corresponde con la máxima calidad posible.
Y aún hay que pedir un Tercer esfuerzo a los responsables del canto en las comunidades, para que exijan toda la calidad exigible y hagan todo lo posible para hacer crecer el nivel musical de las distintas asambleas, siempre según sus posibilidades (cf. IGMR 19).
De hecho, en la práctica actual, por el mismo afán de actualidad, se ha cambiado el estilo musical del canto litúrgico por otros ritmos y melodías modernos, la mayoría de veces importados de otras latitudes y que. según diversas opiniones respetables, no siempre favorecen el clima de oración deseable. Y lo que es peor, en muchos casos, de dudoso gusto y de poca calidad musical.
Aunque sólo sea un apunte, habría que añadir una palabra sobre el estilo musical. Se trata de crear un clima que favorezca la oración y la expresión de la fe.
Claro que a veces este clima exigirá un tono festivo y alegre, pero otras será necesario buscar un tono más meditativo y reposado.
Conviene, pues, que nuestros cantos litúrgicos no nos inviten a asociarnos a otros climas más mundanos o incluso frívolos, sino todo lo contrario, que nos ayuden a centrarnos en el misterio que celebramos. También en ese caso el texto del canto dará la pauta, y aún mejor si el compositor ha sabido encontrar una simbiosis adecuada entre el texto y su expresión musical.
Y no debemos olvidar, tampoco, que la Iglesia no excluye ningún género de música en la liturgia (cf. SC 116).
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