Las Oraciones de la Misa

Durante el desarrollo del rito de la eucaristía el sacerdote desarrolla varias acciones:
- gestos,
- saludos (El Señor esté con vosotros),
- moniciones (unas improvisadas pero en su momento oportuno, otras reguladas como el Oremos),
- diálogos con el pueblo (como el que introduce al Prefacio),
- lectura evangélica,
- homilía y
- oraciones.

En primer lugar decir que no todo lo que se dice en la Misa es una oración.

Oraciones son palabras que dirigimos a Dios, para alabarle o suplicarle.
Así pues, en las oraciones, el sacerdote no se dirige al pueblo sino a Dios.
Por eso comienzan con frases del estilo de “Te rogamos, Señor...; Te pedimos...; Escucha Señor... y similares. Se concluyen con una formula trinitaria de las varias que existen.

En la Misa hay que distinguir dos tipos de oraciones:
1.- aquellas que el sacerdote dice en voz baja porque no se dirige a Dios en nombre de la comunidad sino en el suyo propio (como por ejemplo la que pronuncia antes del Evangelio, el lavatorio o en la comunión) y
2.- aquellas oraciones que dice en voz alta, como portavoz de la asamblea. En este caso habla en plural.

Las oraciones de la Misa son acciones que pertenecen al celebrante principal, que siempre las debe pronunciar él, nunca un concelebrante. Por eso se las llama también oraciones presidenciales.
Estas oraciones son:
- oración colecta,
- oración sobre las ofrendas,
- la oración después de la comunión y
- como más importante la Plegaria eucarística.

También el presidente introduce y concluye la Oración de los fieles y el Padrenuestro, que reza toda la asamblea.
Las oraciones se deben escuchar siempre en pie, salvo el momento de la consagración, en que se permanecerá de rodillas.

La oración colecta se dice tras el Gloria, si lo hay, o tras el “Señor ten piedad”.
Mediante esta oración se expresa la índole de la celebración, o sea, el carácter propio del día.
Si es solemnidad, fiesta o memoria se suele citar en la misma el santo que celebramos.
Se la llama así porque recolecta las intenciones individuales en una sola oración que se convierte en la oración de la Iglesia.
También se la llama a veces oración del día o de la Misa. Se considera la oración más importante de las variables y concluye con la fórmula trinitaria más desarrollada.
En épocas pretéritas, cuando los fieles se reunían en una iglesia y se trasladaban procesionalmente a otra para la Misa, era la oración inicial que se rezaba cuando el pueblo estaba reunido. Actualmente, con la oración colecta concluyen los ritos iniciales y se da paso a la Liturgia de la Palabra.
También se llama colecta a la recaudación monetaria que se hace a favor de los necesitados durante la Misa.

La oración sobre las ofrendas se pronuncia una vez preparados los dones sobre el Altar y tras el lavatorio. El sacerdote nos invita a orar con el “Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro...” y tras la respuesta del pueblo pronuncia la oración. Es el momento más importante del rito de preparación de los dones.
Hay que hacer notar que durante esta oración se ha generalizado la costumbre del pueblo de permanecer sentados, indebidamente.

La oración de poscomunión se reza tras el momento de silencio y reflexión una vez terminado de repartir el Cuerpo de Cristo. De nuevo el sacerdote nos invita a orar y, el pueblo en pie al mismo tiempo que el sacerdote se levanta, escucha la oración y la concluye, al igual que todas las demás, con un AMEN.
Su contenido hace referencia a alguno de los efectos del sacramento recién recibido relacionándolo con la fiesta celebrada o con el tiempo litúrgico.

La Plegaria Eucarística, también llamada anáfora o canon, es la oración central de la Misa, que el presidente proclama en nombre de toda la comunidad. Es el ápice de la celebración. En esta parte se llega a la máxima plenitud de expresión la acción de gracias y la alabanza. Es una oración de bendición que consta de los siguientes elementos:
- La acción de gracias del Prefacio
- La aclamación del Sanctus
- La epíclesis o invocación al Espíritu Santo
- El relato de la institución y la consagración
- La anámnesis o memorial
- La obligación
- Las intercesiones
- La doxología final

Comienza con un bellísimo diálogo introductorio entre sacerdote y pueblo.
El sacerdote saluda al pueblo con “El Señor esté con vosotros” respondiendo el pueblo “Y con tu espíritu”.
A continuación se nos invita a la alegría: “Levantemos el corazón” - sursum corda - y el pueblo contesta “Lo tenemos levantado hacía el Señor”.
Ahora el sacerdote nos invita a dar gracias: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios” y le respondemos con un “Es justo y necesario”.
El sacerdote toma nuestra última afirmación, ratificándola, y comienza el prefacio con las misma palabras: “En verdad es justo y necesario - tenéis razón - , es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar...”.

El prefacio es una alabanza a Dios Padre.
Existen muchos prefacios, propios de cada tiempo litúrgico, fiestas y solemnidades. Algunas Misas lo tienen propio. En cualquier caso son siempre piezas bellísimas, que deben oírse siempre con gran atención para apreciar su riqueza teológica y poética.

A continuación viene el Sanctus, aclamación al Señor que siempre debería cantarse.
Con esta aclamación nos asociamos a los ángeles y a todo el cosmos en la alabanza a Dios.

En la epíclesis o invocación al Espíritu Santo se pide para que transforme los dones del pan y el vino. Menos la Plegaría I - llamada Canon romano - las demás contienen dos epíclesis: una antes y otra después de la consagración.

Continua con el relato de la institución y la consagración, repitiendo las mismas palabras que Jesús pronunció en la Última Cena. Estas palabras son siempre las mismas en todas las plegarias eucarísticas y sería una acción grave cambiarlas por otras. La anámnesis o memorial hace memoria de la donación de Jesús (muerte y resurrección), segunda epíclesis y se termina con las intercesiones (pidiendo por la Iglesia, por los difuntos, por nosotros).

Se culmina con la llamada doxología final: “Por Cristo, con Él y en Él...” que debe ser pronunciada sólo por el presidente y los concelebrantes, si los hubiera.

¿Cómo participa el pueblo en la Plegaria eucarística?
Además de oírla atentamente y sumarse a ella, el pueblo va subrayando con sus aclamaciones los diversos momentos de la oración.
Así, tras la alabanza al Padre del Prefacio el pueblo entona el Sanctus, tras la memoria pascual de Cristo se subraya con “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús” u otras de las que propone el Misal.
Finalmente, el pueblo finaliza con un rotundo AMEN la doxología final.

No es un amen borreguil, es un amen de afirmación, de sumarse con una rúbrica a toda la oración que acaba de proclamarse. Es un amen que compromete.
Se cuenta que en los primeros siglos del cristianismo este amen más que decirse se gritaba por parte del pueblo como signo de aceptación. Es, sin duda, el amen más importante de la Misa.

Hasta la reforma litúrgica del Vaticano II en la misa tridentina sólo existía una Plegaria Eucarística, la ahora denominada con el número I (Canon romano). Hoy día hay cuatro formularios (incluida la anterior) que son las más usadas aunque existen otras para ocasiones especiales (misas con niños, reconciliación, etc).

En cualquier caso esta plegaria no puede inventarse por parte de los sacerdotes y son las Conferencias episcopales de cada país las autorizadas a introducir nuevas.

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