Para los mexicanos la fiesta de la Virgen de Guadalupe es la más importante a nivel nacional.
Un gran número de personas desde diferentes puntos del país acuden en peregrinación hasta el santuario o Basílica de Guadalupe utilizando diferentes medios de transporte, ya que estos van desde el ir en automóvil, autobús, bicicleta o simplemente a pie, lo hacen con la finalidad de dar gracias por los favores recibidos por su intercesión, para solicitar su ayuda o simplemente por tradición.
En la explanada de afuera del templo se pueden ver danzas prehispánicas, de la época colonial o bien un tanto modernos, si bien todos los asistentes coinciden en una cosa, el gran amor que le profesan a la "morenita"; la noche previa al gran día la virgencita recibe en su casa "mañanitas" de parte de un gran número de personas, todas ellas dispuestas a manifestar ese gran amor que sienten por ella por medio de cantos (ahí se puede ver a gran número de artistas y grupos de famosos cantando a nuestra Reina y Madre del cielo).
La imagen morena, mestiza, de la madre del “Verdadero Dios por quien se vive” es la manifestación clara de la alianza renovada que Dios hace con los pueblos de América Latina.
La Virgen de Guadalupe es quien reconcilia los años sangrientos no sólo de la patria mexicana, sino de toda la violencia que había significado la conquista para miles y miles de indígenas del Nuevo Mundo.
Mientras que algunos conquistadores actuaron cegados por el oro y el ansia de poder, los religiosos franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas se dieron a la tarea de vivir con la gente, aprender su idioma y sus culturas. ¿Cómo predicar el Evangelio a estos pueblos que jamás habían oído hablar del Dios de Abraham, Isaac y Jacob? ¿Cómo hablarles acerca de Jesús y de su Reino?
Estos misioneros marcaron la diferencia entre la Palabra y la espada. Pero el Evangelio se extendió rápidamente sólo a partir del martes 12 de diciembre de 1531, fecha en que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se quedó plasmada en la tilma de Juan Diego. A la sazón, el derramamiento de sangre a causa de la conquista era algo inaudito, los pueblos indígenas estaban desapareciendo y no abrazaban la fe cristiana.
Para ellos, sus dioses habían muerto o habían sido destruidos por los españoles, así pues, sin sus dioses su vida no tenía sentido.
El nombre náhuatl de Juan Diego era Cuautlatohuatzin, “el que habla como las águilas”. En su lenguaje, más que palabras se utilizan símbolos o signos. De hecho, la única manera de decir verdades sobre la tierra se expresa en “flor y canto”, la pureza de la tierra, la pureza del espíritu. A él mismo, mientras caminaba de Cuautitlán a Tlatelolco para participar en la Misa, se le apareció por vez primera la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, y tiernamente, la llamó “mi niña”. Ella le pidió que fuera ante el obispo fray Juan de Zumárraga y le pidiera que se construyera un templo. Como era de esperarse, no le creyeron a Juan Diego, y éste le pidió a la “Señora del cielo” que enviara alguien que no fuera “macehual” - la clase más baja entre los nahuas - o “escalera de tablas”.
No obstante, la ternura de la Señora del cielo doblegó la humildad de Juan Diego; le pidió que fuera y llevara la señal que el obispo había pedido en la segunda entrevista con él.
Dada la enfermedad de su tío Juan Bernardino, Juan Diego se escondió para que no lo viera la Señora, pero
ella lo encontró. Juan Diego le comentó que su tío estaba enfermo. La respuesta fue incondicional: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.
Al día siguiente, Juan Diego fue a su encuentro y le pidió la señal. Mediante las flores de Castilla, crecidas en un picacho rocoso y en temporada invernal, Juan Diego supo que lo que llevaba en sus flores era la verdad eterna. La había experimentado y la llevaba en su símbolo. Al desplegar su manta frente al obispo, éste lloró de arrepentimiento por no haber creído al mensajero de la Señora.
Los nahuas, al ver esta imagen con los colores de sus dioses en una mujer embarazada, con el rostro ligeramente inclinado, entendieron el lenguaje divino de la imagen.
Sabían que no era diosa porque un dios no se inclina ante nadie. Aunque no era diosa, sabían que era muy importante porque del interior salía el Sol (a quien consideraban como dios) y ella misma tenía los colores de una reina y de una diosa. Además de hablar su idioma, tenía su color de piel y era de su propia raza. Esta imagen en sí misma es la manifestación del amor de Dios por su gente, su cultura y el sufrimiento de su pueblo. Hasta la fecha, la Virgen de Guadalupe es el alma de los pueblos de América Latina y, en ella, tanto el emigrante como el residente, descubren su punto de encuentro para ir nuevamente hacia el Dios que viene a nosotros en la persona de Jesús.
En verdad, ella es la Reina y Emperatriz de toda América. (Pío X en 1910, la declaró "Celestial Patrona de América Latina" y Pío XII la llamó en 1945, Emperatriz de las Américas).
La Virgen de Guadalupe nos pertenece a todos, no sólo a México y a los mexicanos.
La imagen morena, mestiza, de la madre del “Verdadero Dios por quien se vive” es la manifestación clara de la alianza renovada que Dios hace con los pueblos de América Latina.
La Virgen de Guadalupe es quien reconcilia los años sangrientos no sólo de la patria mexicana, sino de toda la violencia que había significado la conquista para miles y miles de indígenas del Nuevo Mundo.
Mientras que algunos conquistadores actuaron cegados por el oro y el ansia de poder, los religiosos franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas se dieron a la tarea de vivir con la gente, aprender su idioma y sus culturas. ¿Cómo predicar el Evangelio a estos pueblos que jamás habían oído hablar del Dios de Abraham, Isaac y Jacob? ¿Cómo hablarles acerca de Jesús y de su Reino?
Estos misioneros marcaron la diferencia entre la Palabra y la espada. Pero el Evangelio se extendió rápidamente sólo a partir del martes 12 de diciembre de 1531, fecha en que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se quedó plasmada en la tilma de Juan Diego. A la sazón, el derramamiento de sangre a causa de la conquista era algo inaudito, los pueblos indígenas estaban desapareciendo y no abrazaban la fe cristiana.
Para ellos, sus dioses habían muerto o habían sido destruidos por los españoles, así pues, sin sus dioses su vida no tenía sentido.
El nombre náhuatl de Juan Diego era Cuautlatohuatzin, “el que habla como las águilas”. En su lenguaje, más que palabras se utilizan símbolos o signos. De hecho, la única manera de decir verdades sobre la tierra se expresa en “flor y canto”, la pureza de la tierra, la pureza del espíritu. A él mismo, mientras caminaba de Cuautitlán a Tlatelolco para participar en la Misa, se le apareció por vez primera la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, y tiernamente, la llamó “mi niña”. Ella le pidió que fuera ante el obispo fray Juan de Zumárraga y le pidiera que se construyera un templo. Como era de esperarse, no le creyeron a Juan Diego, y éste le pidió a la “Señora del cielo” que enviara alguien que no fuera “macehual” - la clase más baja entre los nahuas - o “escalera de tablas”.
No obstante, la ternura de la Señora del cielo doblegó la humildad de Juan Diego; le pidió que fuera y llevara la señal que el obispo había pedido en la segunda entrevista con él.
Dada la enfermedad de su tío Juan Bernardino, Juan Diego se escondió para que no lo viera la Señora, pero
ella lo encontró. Juan Diego le comentó que su tío estaba enfermo. La respuesta fue incondicional: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”.
Al día siguiente, Juan Diego fue a su encuentro y le pidió la señal. Mediante las flores de Castilla, crecidas en un picacho rocoso y en temporada invernal, Juan Diego supo que lo que llevaba en sus flores era la verdad eterna. La había experimentado y la llevaba en su símbolo. Al desplegar su manta frente al obispo, éste lloró de arrepentimiento por no haber creído al mensajero de la Señora.
Los nahuas, al ver esta imagen con los colores de sus dioses en una mujer embarazada, con el rostro ligeramente inclinado, entendieron el lenguaje divino de la imagen.
Sabían que no era diosa porque un dios no se inclina ante nadie. Aunque no era diosa, sabían que era muy importante porque del interior salía el Sol (a quien consideraban como dios) y ella misma tenía los colores de una reina y de una diosa. Además de hablar su idioma, tenía su color de piel y era de su propia raza. Esta imagen en sí misma es la manifestación del amor de Dios por su gente, su cultura y el sufrimiento de su pueblo. Hasta la fecha, la Virgen de Guadalupe es el alma de los pueblos de América Latina y, en ella, tanto el emigrante como el residente, descubren su punto de encuentro para ir nuevamente hacia el Dios que viene a nosotros en la persona de Jesús.
En verdad, ella es la Reina y Emperatriz de toda América. (Pío X en 1910, la declaró "Celestial Patrona de América Latina" y Pío XII la llamó en 1945, Emperatriz de las Américas).
Repertorio Sugerido:
Canto procesional de entrada: Hija de Sion (L. Deiss)
Kyrie: Señor ten piedad (Reunidos en su Nombre - F. Palazon)
Gloria: (Se recomienda que sea recitado)
Salmo: Tomado del Libro del Salmista (Coeditores Liturgicos)
Aleluya: Aleluya, Aleluya (C.Erdozain)
Canto procesional de Ofrendas: Llevemos al Señor (C. Erdozain)
Sanctus: Santo (A. Gutierrez)
Padre Nuestro: Padre Nuestro (M. Gregoriana)
Agnus Dei: Cordero de Dios (F. Palazon)
Canto procesional de Comunion: Oh Virgen de Guadalupe (Tradicional Mexico), Madre de la unidad (C. Gabarain), Madre de nuestro pueblo (E. V. Mateu)
Nos indica el numeral 5 de las NUALC: Por su peculiar importancia el domingo solamente cede su celebración a las solemnidades y a las fiestas del Señor; pero los domingos de Adviento, de Cuaresma y de Pascua tienen precedencia sobre todas las fiestas del Señor y sobre todas las solemnidades. Las solemnidades que coincidan en estos domingos han de ser anticipadas al sábado.
En el caso de caer la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe en domingo, tiene precedencia la liturgia dominical de Adviento.
No he encontrado los textos de la misa, oraciones, lecturas, salmo, aleluya de la misa de guadalupe de méxico, para poder celebrar con las hermanas de Nta. Sra de Guadalupe y del Sagrado corazón de Jesús, afincadas en Plasencia.
ResponderEliminarEsta bien
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