Orar de rodillas es cosa bien distinta de la genuflexión.
Es un gesto todavía más elocuente que la genuflexión o la inclinación de cabeza, que puede tener varias connotaciones: a veces es gesto de penitencia, de reconocimiento del propio pecado, otras veces es gesto de sumisión y dependencia o bien, sencillamente, puede ser una postura de oración concentrada e intensa.
Esta postura la encontramos muchas veces en la Biblia, cuando una persona o un grupo quieren hacer oración o expresan su súplica:
"Pedro se puso de rodillas y oró", antes de resucitar a la mujer en Joppe (Hch 9,40);
"Pablo se puso de rodillas y oró con todos ellos", al despedirse de sus discípulos en Mileto (Hch 20,26)...
Como también fue la actitud de Cristo cuando, en su agonía del Huerto:
"se apartó y puesto de rodillas oraba: Padre si quieres..." (Lc 22,41).
En los primeros siglos no parece que fuera usual entre los cristianos el orar de rodillas.
Más aún, el Concilio de Nicea lo prohibió explícitamente para los domingos y para todo el Tiempo Pascual, tiempo festivo. Más bien se reservó para los días penitenciales y como una costumbre que llegó hasta nuestros días en las Témporas, cuando se nos invitaba a ponernos de rodillas para la oración: "flectamus genua"...
Más tarde, a partir de los siglos XIII-XIV, la postura de rodillas se convirtió en la más usual para la oración, también dentro de la Eucaristía, subrayando el carácter de adoración.
Actualmente durante la Misa sólo se indica este gesto para los fieles durante el momento de la consagración, aunque normalmente se hace ya desde la epíclesis, expresando así la actitud de veneración.
Antes de la actual reforma litúrgica se estaba de rodillas durante toda la Plegaria eucarística, así como durante la comunión o al recibir la bendición.
También se debe recibir la absolución en el sacramento de la penitencia de rodillas.
Orar de rodillas sigue siendo la actitud más indicada para la oración personal, sobre todo cuando se hace delante del Santísimo.
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