En estos años Post-conciliares, el trabajo realizado para crear un repertorio musical liturgico ha sido muy notable y meritorio.
A la hora de componer y seleccionar los cantos para una celebracion liturgica, sobre todo para la Eucaristia, es evidente que hay que tener presente unos criterios que no es superfluo recordar:
El Valor del texto: Sin caer en el sentimentalismo, ni en el genero demasiado didáctico, las palabras del canto deben expresar adecuadamente la fe cristiana, en consonancia con la nueva sensibilidad de la Iglesia en el campo teológico y espiritual. Por eso los mejores textos suelen ser los que estan tomados o se inspiran en la Sagrada Escritura.
La Calidad Musical: Los cantos deben ser artisticamente bellos, sin contradecir el buen gusto y en consonancia con la dignidad de la celebracion y de la rica tradicion musical que siempre ha querido tener nuestra liturgia cristiana.
La Adaptacion a la Celebracion: Cada momento musical tiene una finalidad concreta: acompañamiento de procesiones, meditacion de la lectura anterior, aclamacion gozosa, etc. De este modo se logra que cada canto ayude eficazmente a la dinamica de toda celebracion.
La Adecuacion a la Comunidad concreta: No es lo mismo una pequeña Comunidad que una gran Asamblea. Es distinto el ambiente rural que el urbano. Una Asamblea de niños, de jovenes o de personas mayores, requiere un estilo apropiado de ritmos, de genero musical e incluso de textos adaptados a sus circunstancias. Siempre hay que tener muy presente la capacidad musical de la comunidad y de la coral propia.
En la Celebracion Eucarística hay cantos que gozan de relativa libertad: el canto de entrada, el de la presentacion de ofrendas, el que acompaña a la comunion o el que se canta al final.
En cambio, los cantos del Ordinario de la Misa piden tradicionalmente mayor respeto y fidelidad en cuanto al contenido de sus textos, aunque en la musica admitan variedad y creatividad. En este sentido es conveniente recordar, tanto a los compositores como a los que tienen que seleccionar los cantos para una determinada celebracion, que cuando se trata de los cantos del Ordinario de la Misa, deben elegir aquellos que mantienen el texto del Misal Romano, a saber: el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus, el Padrenuestro y el Agnus Dei.
Dentro de la variedad de ritmo musical o de melodia, que alguno de estos cantos requiere, se pueden pensar en una estructuracion un poco diferente: Un Credo alternado dialogadamente entre un Cantor y la Asamblea, o un «Cordero de Dios» en forma litanica.
Nunca se debe cambiar el contenido del Credo, que es la profesion de fe eclesial, por otros textos que a nivel catequetico pueden tener sentido, pero no dentro de la celebracion eucaristica de la comunidad cristiana. No es bueno tampoco sustituir el Canto del Sanctus, dentro de la Plegaria Eucaristica, por otros cantos mas o menos inspirados en el original.
El Sanctus tiene una funcion muy especifica de alabanza aclamatoria al Padre, evocando nuestra sintonia con los angeles y los Santos, por eso permanece siempre inalterable en todas las Plegarias Eucaristicas. Cambiar el texto supone casi siempre privar a la Asamblea de esta intervencion dentro de la Plegaria solemne.
Tampoco es permisible que el texto del Padrenuestro, la oracion que nos enseño el mismo Señor, se altere, se glose o se prolongue con otras consideraciones que, si en otro ambiente pueden ser utiles, dentro de la Eucaristia, donde tiene la funcion de prepararnos a la Comunion, obscurecen su mensaje primordial.
Finalmente, aunque no sean cantos del Ordinario de la Misa, merece la pena recordar que el «Salmo responsorial», por ser «Palabra de Dios», no puede ser sustituido por otro canto cualquiera, ya que se altera la estructura de la liturgia de la Palabra y se priva a la asamblea de la doble funcion del Salmo: anuncio y respuesta.
El Ministerio de los músicos, de los cantores, solistas y encargados de la animación musical de la comunidad cristiana, sobre todo dentro de la celebración eucarística dominical, es un servicio nobilísimo, difícil, de siempre valorado, meritorio en sumo grado. Todas estas personas, conscientes de su función y perseverantes en su empeño, están contribuyendo, si realizan bien este ministerio, a que la comunidad cristiana celebre mejor y por tanto vaya madurando en su fe y en su propia identidad.
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