O mejor: son cuatro preguntas agitadas, dolorosas: ¿Es que el Señor nos ha olvidado? ¿O que el enemigo logrará triunfar sin más ni más? ¿O que Dios nos esconde su rostro haciéndonos sentir su lejanía? ¿Y habrá de seguir muy larga la actual preocupación?.
El salmo tiene una hermosa gradación: de la amarga queja de sentirse como abandonado por Dios, pasa el poeta a la súplica vehemente: "que no pueda decir el enemigo" "Lo he vencido", y termina con la alegre esperanza: "Confío en tu "misericordia".
Probablemente Cristo recitó este salmo en sus horas de angustia y los cristianos lo seguimos repitiendo frecuentemente, pero como Cristo y el salmista no nos quedamos en las preguntas de angustia solamente sino que terminamos en la consoladora conclusión: "Confío en tu amor".
Todos los que rezamos el salmo tenemos el peligro de que los enemigos del alma nos puedan decir "Lo he vencido" y hallamos en esto una ocasión para decirle atrevidamente al Señor: "¿Hasta cuándo?".
Porque la ausencia aparente de la presencia divina puede ser fatal para nuestra esperanza. Ojalá que al vernos liberados de ciertos males y peligros cumplamos la promesa con la que termina este bello himno: "Cantaré al Señor que me ha tratado bien".
SALMO 13 (En liturgia 12)
¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
¿Hasta cuándo sentiré angustia en mi alma y tristeza en mi corazón, día tras día?
¿Hasta cuándo mi enemigo triunfará a costa mía?
¡Señor, Dios mío, mírame y respóndeme! Ilumina mis ojos para que no me duerma con los muertos, y no diga mi enemigo que acabó conmigo, ni mis adversarios se alegren al verme vacilar.
En cuanto a mí, confío en tu bondad; conoceré la alegría de tu salvación y cantaré al Señor que me ha tratado bien.
Ese Salmo siempre me impresionó por ser corto, directo y simple como creo que es la oración: un grito profundo, un lamento de quien se siente desprotegido, abandonado y vencido.
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